Historia del azulejo

Nuestra tierra es heredera del arte musulmán en muchos aspectos, y también en la tradición del azulejo. De hecho, el azulejo artesano es una de las principales señas de identidad de nuestro arte y nuestra arquitectura.

La decoración con azulejos tiene sus orígenes en Mesopotamia y Egipto, pueblos que ya usaban ladrillos vidriados. Esta técnica se perfeccionó con la llegada de los musulmanes, que crearon nuevas técnicas, siendo la etapa nazarí en la que el azulejo llegó a su máximo esplendor (siglos XIII y XV).

De hecho, durante este periodo se llevaron a cabo obras arquitectónicas impresionantes en las que la base decorativa era el azulejo artesano, como puede ser la Alhambra de Granada que alberga auténticas obras de arte en forma de azulejo. Durante la época Málaga fue el centro neurálgico de la producción de cerámica, cuya loza dorada fue muy famosa en todo el mundo.

Ya en el siglo XI, la llegada y asentamiento de los cristianos en el norte de la Península favoreció que se movieran hacia Al Andalus, lo que provocó que las técnicas de los musulmanes se difundieran por toda la Península. Así nació la cerámica y el azulejo mudéjar. En esta, el alicatado fue muy importante, sobre todo en lugares donde la presencia islámica había sido intensa (Sevilla y Córdoba). En estos lugares están los conjuntos de alicatados más importantes del arte mudéjar.

Un ejemplo de este arte hecho azulejo está en los Reales Alcázares de Sevilla, que alberga zócalos alicatados con diseño geométrico que recuerdan a los de la Alhambra.

Tras conquistar Granada, se implanta una estética que se identifica con la cristiandad, fusionando arte gótico, mudéjar y renacentista. Se comienza a elaborar azulejaría con la técnica de la cuerda seca, dibujados a pincel y coloreados. Un ejemplo de estos está en la Casa de Pilatos de Sevilla o en el Pabellón de Carlos V en el Alcázar.

Durante los siglos XV y XVI llegan a Sevilla, capital del mundo, muchos comerciantes y artesanos para hacerse un hueco en la ciudad. Uno de ellos sería el que revolucionaría el azulejo andaluz tal y como se conocía, Francisco Niculoso Pisano, un alfarero italiano que se establecería en Triana y que introdujo la técnica del azulejo pintado, inédita hasta entonces.

Esta técnica no solo proporcionaba gran libertad al artista, sino que introducía motivos del Renacimiento italiano. Tras la muerte del artista, los talleres sevillanos volvieron a adoptar esta técnica y exportaron el azulejo a toda Europa. Algunos ejemplos están en el Museo de Bellas Artes de Sevilla o en la Iglesia de Santa Ana.

En 1609 se expulsa del país a los moriscos, y esto hace que los talleres de cerámica andaluces sufrieran la marcha de sus artesanos y la Iglesia se convierte en el mayor cliente de los mismos, haciendo crecer la producción de los retablos cerámicos, influenciados por la escuela sevillana pictórica.

Siglos más tarde, a principios del XIX, los talleres vuelven a sufrir la crisis por la guerra con Francia y la pérdida de las colonias americanas. Se produce una recuperación con la apertura de la fábrica del británico Charles Pickman.

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